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El Madrid remonta y golea al Espanyol cuando Ancelotti metió al brasileño, al que no le está izado el descanso. Mbappé marcó de nuevo de penalti.
Hasta que llegó Vinicius. Eso duró el partido. Ancelotti le quiere fresco para los partidos de la verdad, pero resulta que casi todos los partidos son los de la verdad. Hasta su salida, un Espanyol agazapado se había puesto por delante con un gol que fue un accidente provocado por Courtois. Luego llegó él y desencuadernó lo que hasta entonces había sido un equipo ordenado y resistente. Dio el segundo gol, marcó el tercero, anunció una relación estable con Mbappé, que tiró nueve veces, pero solo marcó de penalti, y desmintió la depresión. Todo en el veinte minutos. Su efecto microondas es innegable.
El Madrid empezó a jugar el derbi del Metropolitano con una semana de antelación porque, de salida, Ancelotti paró a Rüdiger, Mendy y Vinicius, tres titularísimos. El martes, ante el Alavés, se oxigenarán otros. Al fin y al cabo, el banquillo es el fondo de garantía de un equipo. El caso de Vinicius es especialmente significativo y también explicable: el jugador necesita limpiar su cabeza después de un comienzo gris, inhabitual en él, y ahora en la plantilla hay otra cabeza nuclear, Mbappé, para atajar en los partidos. Ahora el italiano tiene más opciones de zappear con su once, pero Vinicius parece innegociable. No hubo verdadero alboroto hasta que un Madrid en desventaja hubo de tirar de él.
Muro Joan García
La reforma suave en el once del Madrid no cambió la dirección de partido. En realidad, no se esperaba otra cosa. El Espanyol, un histórico, en el top-5 de temporadas en Primera, lleva un tiempo al borde del austericidio. Dos descensos en los últimos cuatro años no son casuales. En el Bernabéu compareció con un equipo cogido con alfileres, buscando guarecerse en un 3-5-2 y en un portero magnífico, Joan García, que también estuvo a punto de salir este verano. Pronto le dieron tarea: Güler dos veces en primera persona y una en tercera, con un gran pase a Mbappé, que se vio encima del portero a la hora del remate; Fran García desde lejos; de nuevo el francés, primero desde la frontal y luego desde dentro del área en envío de Modric. A todo respondió el meta blanquiazul.
El Madrid encontraba el primer adversario que no presionaba su salida de pelota, su punto débil confesado desde que Kroos, la depuradora del equipo, colgó las botas. El Espanyol regaló medio campo y se amuralló como pudo, en su papel de recién ascendido de manual. Eso deparó al equipo de Ancelotti un dominio confortable, con Bellingham en el centro del escenario y Modric en la alta dirección. La recuperación rápida fue cosa de Valverde, la reserva natural del equipo.
Con el paso de los minutos fue aminorando la presión del Madrid sobre el área catalana. No hubo un cambio en la tendencia del partido, pero si parecieron espaciarse las llegadas. Un remate lejano de Bellingham a las manos de Joan García puso fin a ese paréntesis en el que tomó aire el Espanyol. En realidad, el concierto de rock que anunció Ancelotti en la víspera se había vuelto melódico. Eso le dio a pie a Puado para marcarse un intento de gol desde el centro del campo, previo error de Carvajal y con Courtois adelantado. No encontró puerta, como tampoco lo hizo poco después otro disparo del capitán catalán, esta vez desde más cerca.
Muy cerca del final de la primera mitad, Cabrera lanzó un manotazo preventivo a Fran García cuando este intentaba un autopase en el área. Penalti por imprudencia que ni Martínez Munuera ni el cuentahilos del VAR hallaron punible.
Tsunami brasileño
La segunda mitad amaneció con vuelco. En apenas dos minutos el Espanyol mandó dos balazos que rozaron los palos. Y en el tercer intento, tomó ventaja en el marcador. Jofre persiguió un balón por la izquierda, mandó un centro raso que parecía no ir a ninguna parte y Courtois metió los pies donde se exigían las manos y certificó el autogol. Una jugada absurda que metía al Madrid en un lío inesperado.
Ancelotti no esperó más para tirar de Vinicius. Sin él se siente inseguro y no puede disimularlo. El efecto fue inmediato, aunque no tuviera que ver en primera instancia con ello el brasileño. Bellingham le usurpó la banda y mandó un centro raso condenado al fracaso que se coló bajo el cuerpo de Joan García, excepcional hasta entonces, y permitió a Carvajal, que últimamente siempre anda por ahí, empujar la pelota a gol casi sobre la línea para empatar. Bellingham ya era entonces la fuente de energía del Madrid, en esa línea de armador-llegador que tan bien le fue la temporada pasada, pero fue Vinicius quien acabó por resolver el pleito con una jugada tantas veces vista: un pase cruzado de exterior convertido en puñalada en el área del Espanyol. Lo mandó a la red Rodrygo.
Y casi de inmediato, Mbappé lanzó al propio Vinicius, que a la velocidad del sonido dejó atrás a la zaga del Espanyol y batió a Joan García de remate raso y cruzado. En veinte minutos esa ola brasileña se había llevado por delante al equipo de Manolo González y había dejado el mensaje de que él es medio Madrid. O, en lenguaje Ancelotti, el rey del rock. Luego Endrick, otro microondas, provocó un penalti y lo transformó Mbappé para hacer caja y para que todos se fueran contentos.
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