Jesucristo: Hombre verdadero
Por: Pbro. Juan Carlos Ballesteros Celis, párroco de Santa Clara de Asís y miembro de la pastoral de catequesis.
“Habiendo tratado ya el tema de la divinidad de Jesús, es preciso reflexionar ahora en torno a la humanidad de Jesús, teniendo claro que en Jesús “reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente” (Col 2, 9).
La Encarnación del Hijo de Dios
Hay que pensar la realidad personal de Jesús, distinguiendo sus estados de existencia, que incluye su inserción en la historia humana, como un abajamiento de aquel que existía desde antes que el mundo fuera (pre-existencia), pero que, por obediencia a la voluntad del Padre, ingresó al mundo “nacido de mujer” (Gal 4, 4), transitó por el mundo, se hizo obediente hasta la muerte en Cruz y habiendo resucitado, salió del mundo y fue glorificado a la derecha del Padre.
De esta manera, se tiene un doble origen de la misma persona: origen celeste y origen terrestre, produciéndose en la persona de Jesús, la intersección del tiempo por la eternidad, como un designio de Dios, que lleva a cabo su propósito de redimir el género humano, abocado a la muerte eterna por su pecado.
El fundamento bíblico en torno a la Encarnación del Verbo de Dios
La Sagrada Escritura en el Nuevo Testamento, presenta con frecuencia una abundante alusión a este acontecimiento en la historia humana del origen terreno de Jesús. Los evangelios de san Mateo y san Lucas (Cap 1-2), narran con matices diferentes la concepción de Jesús de María Virgen, como resultado del poder del Espíritu Santo, sin intervención de hombre. Por su parte, el Evangelio de san Juan, expone que “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14), y en su primera carta añade como certeza que “todo espíritu que confiesa a Jesucristo, venido en carne, es de Dios” (1 Jn 4, 2).
Las cartas de san Pablo, abordan de manera abundante el nacimiento histórico del Hijo de Dios:
“Llegada la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley” (Gal 4, 4).
“Tomó la condición de esclavo haciéndose uno de tantos” (Flp 2, 7).
“Jesucristo, siendo rico, se hizo pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza” (2 Cor 8, 9).
“El Hijo, nacido por línea carnal del linaje de David” (Rm 1, 3).
Resulta sumamente significativo el papel de la Virgen María en todo este acontecimiento de la Encarnación, pues por ella que otorga su ser entero y coopera con Dios, se inserta la persona divina del Hijo en el mundo, con todo el realismo del género humano.
La importancia de la concepción virginal de Jesús
Señala la declaración Dóminus Iesus (n. 10) “Debe ser, en efecto, firmemente creída la doctrina de fe que proclama que Jesús de Nazaret, hijo de María, y solamente Él, es el Hijo y Verbo del Padre. El Verbo, que «estaba en el principio con Dios» (Jn 1, 2), es el mismo que «se hizo carne» (Jn 1, 14)”.
La afirmación de un Jesús, nacido de la Virgen María y concebido por obra del Espíritu Santo, sin concurso de varón, hace que el Jesús que nace sea todo Él, fruto de la acción divina y sea por tanto Dios mismo el protagonista del hecho. Como lo afirma el Concilio Vaticano II: «El Hijo de Dios […] trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado» (Gaudium Et Spes 22).
¿Cómo es hombre el Hijo de Dios?
Al leer el himno cristológico de la carta a los Filipenses, en que se afirma de Jesús que “existiendo en Jesucristo: Hombre verdadero la forma de Dios, no hizo alarde de ser igual a Dios, sino que se vació a sí mismo y tomó la condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres” (Flp 2, 6-7), no se puede pensar en un abandono en Jesús, de su naturaleza divina, dejada con el Padre temporalmente mientras se hacía hombre, para luego retomarla cuando retornara al cielo con su ascensión. Con este texto, san Pablo plantea el paso de la condición divina a la condición humana de Jesús, en un proceso: vaciamiento, humillación y obediencia, donde la esencia es el servicio.
No puede llegar a imaginarse a Jesús como un semidios, al estilo de la concepción griega, fruto de la unión carnal entre un dios y una mujer. Con la concepción virginal de Jesús en Santa María Virgen, no comienza a existir el Hijo, pues existe desde siempre, sino que comienza a existir encarnado.
“La Iglesia confiesa, que Jesús es inseparablemente verdadero Dios y verdadero Hombre. Él es verdaderamente el Hijo de Dios que se ha hecho hombre, nuestro hermano, y eso sin dejar de ser Dios” (C.I.C 469). Por tanto, es doctrina veraz, que, en la persona única del Hijo de Dios, existen dos naturalezas: la divina y la humana y que “es contrario a la fe cristiana introducir cualquier separación entre el Verbo y Jesucristo, pues Jesús es el Verbo encarnado, una sola persona e inseparable” (Dominus Iesus 10d).
De la misma manera que, en la Trinidad, el Espíritu Santo es el vínculo de unión entre el Padre y el Hijo, lo mismo sucede en el tiempo, donde el Espíritu forja, cualifica y connaturaliza la humanidad y la divinidad en Jesús, desde el comienzo hasta el final de su existencia terrestre.
Como conclusión, solo queda insistir que Jesús es totalmente hombre y es totalmente Dios y por tanto “se ha de reconocer a un solo y mismo Cristo Señor, Hijo único en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación” (Concilio de Calcedonia).
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